La civilización del texto anuncia su triunfo a finales del siglo XVIII, cuando comienza a secularizarse el ideal del alfabetismo universal, y empieza a convertirse en lugar común la idea de que socialmente el que es capaz de leer y escribir puede ser un verdadero ciudadano, un hombre libre. Esta visión llevará pronto, en las constituciones del siglo XIX, a la frecuente limitación del derecho de voto a quienes sepan leer y escribir, que rigió también en Colombia durante la mayor parte del siglo. Esto es así porque el saber, y ya no solo el saber religioso, la palabra de Dios, se encuentra en los libros, en una Biblia infinita que esta conformada por todos los libros, por la biblioteca universal. Justamente en estos años surge la biblioteca pública. Si en Atenas, el comienzo del racionalismo democrático está simbolizado por el gesto de Anaximandro, que pone en el ágora el libro que acaba de escribir, para que todos puedan leerlo, en la Europa del siglo XVIII, o incluso en la Nueva Granada del siglo XVIII, la aparición de la biblioteca pública es la señal de una cultura en la que el saber es derecho restringido en principio a los sacerdotes, que se encargan de participarlo a todos, por una cultura que nuevamente podemos llamar racionalista y democrática: todos los hombres puede, si leen adecuadamente, conocer e interpretar directamente la realidad, utilizando los libros apropiados para ello, que encontrarán en las bibliotecas públicas.
El periódico, que usa la escritura para comunicar los hechos diarios, y sustituye así la oralidad del chisme, surge también en el siglo XVIII y refuerza la aparición de una civilización del texto: también entre nosotros llega en estos años, muy pegado de la Biblioteca Pública: el primer bibliotecario será también el director del primer periódico.
La enseñanza, por supuesto, sufre el impacto de esta transformación. La educación escolástica se centraba en la lectura y comentario de un texto predefinido, y la presencia del texto como guía seguirá hasta nuestros días. Pero los educadores insistirán en algunos cambios importantes: el texto no es una autoridad, y no se justifica gastar el tiempo en analizar indefinidamente su significado. El verdadero libro es la naturaleza. Y el libro es una guía a ella. Por ello, la verdad se encuentra la naturaleza, y lo escrito apenas la codifica. El libro es ahora más importante, mas presente, pero es menos sagrado: su verdad siempre es cuestionable por una comparación, no con otro libro, sino con la realidad. Y el libro es el espacio para el debate conceptual, para la polémica erudita, para la confrontación filosófica o científica. El peso de lo conceptual subordina la imagen, que se convierte en ilustración del texto, en auxiliar pedagógico: los libros sobre ciencias naturales, con sus grabados de aves, animales o esqueletos, o los gráficos matemáticos o astronómicos incluyen la imagen, pero son ante todo libros de texto. La educación es un proceso conceptual, que por lo tanto depende fundamentalmente de un proceso de comunicación de la palabra. La imagen, que no permite la discusión y la critica, mantiene su fuerza independiente en la comunicación religiosa, con la imagineria popular, o en los libros que deben comunicar una experiencia visual, que son usualmente los libros de arte.
2 comentarios:
qu pura mieda esa su babosad hijos de puta
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